De la belleza

Por Guillermo S. Gribaudo

Lo inaprensible, como en ningún otro lado, se juega en la música, lenguaje imposible de referenciar con las plásticas, la literatura o el séptimo arte.

La armonía está al lado de la piedad.
Johann Sebastian Bach

Acto 1: Gary Brooker empieza el 67 cantando en bares de mala muerte, de donde supone no saldrá jamás, pero lo va a terminar teloneando a Jimi Hendrix: los cracks se huelen como los perros y se reconocen entre sí, no hay con qué darle. Durante ese año arma una banda con Mathew Fisher, formado en música clásica por la profesora de piano de su barrio. Juntos graban un primer disco que brilla con luz propia, propulsado en mayor medida por la, quizás, joya pop más excelsa de la discografía del siglo XX.

Los aires bachianos del leit -motiv del órgano eléctrico, el tempo perfecto entre batería y bajo, la voz que rebalsa blues de Brooker hacen que la canción se suba de prepo al ring de las Pesos Pesados: el ring donde pelean las de Brian Wilson, las de Lennon-McCarney, las de Bacharach, las de Jobim, las de Kurt Weil o de Gershwin.

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Acto 2: Algo intangible parece sobrevolar la canción, incluso hoy, cincuenta y pico de años más tarde: quizás se trata de la certeza de sabernos  presos,  todos aquellos  que no podemos pasar un día sin música ( digo escuchar música y me refiero a las antípodas de la idea productiva-capitalista de la:“música para cocinar”, “ música para bebés”, “música para meditar con las ballenas” o la “música para cocteles”), la perfecta expresión de lo humano, lo demasiado humano. El Supermercado del Gusto tiene su etiquetadora aceitada y perfectamente lista, ojo, pero algunas cosas se le escapan (de Bach al Cuchi, de Herzog a los Dardenne: solo hay que buscar, con paciencia y tenacidad) y esta gema forma parte de esa línea de lo que no se puede rotular y poner en un estante.

Lo inaprensible, como en ningún otro lado, se juega en la música, lenguaje imposible de referenciar con las plásticas, la literatura o el séptimo arte. Rehenes del influjo de Bach, pienso en un todavía mocoso Mc Cartney escuchando por la tele blanco y negro hogareña los Conciertos Brandemburgueses; en las miles de versiones del Clave Bien Temperado que las radios(las buenas radios) transmitirán mientras el mundo siga creyendo en la belleza; en La Pasión de San Mateo (arriesgo una sentencia: la obra más conmovedora alguna vez escrita), empezando por la de Von Karajan, versión que en mi caso debo escuchar una o dos veces al año por el bien de mi salud espiritual y para renovar mi fe en la condición humana.

Haganmé caso, oigamos y veamos juntos, solo haciendo un clic, a seres humanos  contemporáneos nuestros, tocando su música en violines, violas, violón, cello de cinco cuerdas y órgano, cada uno de ellos barrocos y originales, y comprobemos que Juan Sebastián vive en nosotros.

Acto 3: La banda original que Gary Brooker armó y llegó a tocar con Hendrix ya no existe, duraría solo diez años, pero el bueno de Gary sigue yendo a tocar y cantar aquella canción donde lo inviten. Y en uno de esos convites, en Dinamarca, acompañado con la Danish National Concert Orchestra y el coro de  Ledreborg Castle, creo que, casi sin querer, encontró la versión definitiva y perfecta