Explorando el catálogo

Por Marcos Funes Peralta
¿A alguien puede sorprenderle que durante este aislamiento las acciones de Netflix estén por las nubes y su servicio hipersaturado?  Está claro que el pináculo del ocio doméstico en los tiempos que corren se llama contenido on-demand.

No me atrevo a formular predicciones tajantes, pero quiero compartir una conjetura que me inquieta: ¿acaso el “vamos a ver Netflix” acabará por reemplazar el “vamos a ver cine”?  Hablo de los términos, no del concepto, porque esta forma de entretenimiento que conocemos como cine no ha mutado en su esencia al menos desde fines de los años 20.  La evolución no es en sí un problema, claro, todas las artes y sus soportes lo hacen.  Lo que me preocupa es la conexión inexpugnable que se da en el imaginario social entre un producto cultural y su medio de distribución. 

Dicho en otras palabras, ¿cuán inevitable será, en el futuro, que bajo el paraguas del término “Netflix” se agrupen destacadísimas películas de admirable calidad junto con títulos intrascendentes que solo rellenan el catálogo por razones comerciales?  Esta cohabitación ya existe, por supuesto, lo que temo es que de aquí a cuarenta o cincuenta años, presos de una libertad irrestricta en el acceso a la información (pesadilla borgeana, podríamos decir), un clásico de Kubrick y una remake de Bollywood ocupen el mismo escalón en la grilla de ofertas… total, ¡ambas son Netflix!


(El libro de imágenes, de Jean Luc Godard)

¿Pero qué pasa entonces con lo que no es Netflix?  ¿Con lo que no es Amazon, Hulu, Flow…?  Al escapar del nombre que lo consagra, es, en el mejor de los casos, una película paria; en el peor, un un link de descarga en un oscuro foro de piratas.

La solución es animarse a explorar.  La única forma en que una película (cualquier película) deje de ser objeto de ese “vamos a ver Netflix” genérico que prefigura un tiempo de ocio que en realidad es tiempo perdido (asumo aquí mi defensa de que ver una película no debe ser jamás un pasatiempo inerte) y que acabará por sacrificar calidad en favor de inmediatez on-demand, es respetar la clasificación jerárquica del catálogo.  No es lo mismo “Violet y Finch” que “El libro de imágenes”; no hay comparación entre “Milagro en la celda 7” y “Atlantique”; jamás pueden existir en igualdad de condiciones “El hoyo” y “La última tentación de Cristo”.

Todavía quedan algunos paraísos a la vuelta de la esquina que otrora se llamaban “videoclubes”, los traigo a colación para un nostálgico parangón.  En los estantes se exhibían los títulos, al igual que en la cuadrícula del Smart TV.  Pero la clave era pedir recomendación a quien regenteaba el negocio, a quien conocía por qué Godard o Scorsese podían hacerte vivir una experiencia mucho más valiosa que cualquier colección de sustos o gags repetidos hasta el cansancio.  Hoy la información no tiene rostro, por eso el on-demand debería estar acompañado del on-explore.  Hay verdades menos relativas que otras.  Después vemos la película y la discutimos a muerte.  Sobre gustos…